Época: Arte Español Medieval
Inicio: Año 1050
Fin: Año 1200

Antecedente:
San Isidoro de León y su ámbito de influencia
Siguientes:
El Panteón Real
El Pórtico Norte
La tribuna regia

(C) Etelvina Fernández González



Comentario

A la muerte de Alfonso V la situación política del Reino leonés no es demasiado estable, tanto en el orden interno como en la relación con otros reinos, incluido el navarro. El matrimonio de doña Sancha, infanta leonesa, con Fernando, hijo de Sancho el Mayor de Navarra y heredero del trono de Castilla, fue sólo el comienzo de un período de cierta estabilidad.
Tras la muerte de Bermudo III sin descendencia, en la batalla de Tamarón (1037), Fernando toma posesión del Reino de León en nombre de su esposa, uniendo reinos e instaurando una nueva dinastía, la navarra, en el viejo territorio astur-leonés.

Sin embargo, lo que parecía podía ser un buen principio y un reinado fácil, se vio ensombrecido por largas peleas contra los navarros y por serias disputas contra los propios señores del Reino, quienes no aceptaron, de buen grado, su presencia. Solventadas éstas dificultades de orden interno, dirigió el monarca sus miras contra los musulmanes, lo que le permitió obtener pingües beneficios económicos con el cobro de las parias de los reinos de Al-Andalus. Por otro lado, consiguió cierta pujanza económica, lo que redundó favorablemente en el campo artístico.

Pero a esta situación generalizada que, en el ámbito político y económico, se vivía en esos años en el Reino castellano-leonés, hay que añadir otros hechos polifacéticos que señalarán cambios profundos en todos los órdenes. Cambios que, desde los inicios de la undécima centuria, ya estaban dejando la huella en el territorio navarro de donde, precisamente, procedía el soberano.

Una palabra -apertura- es la clave para comprender, en parte, la situación que describimos. Se favorece la apertura ultrapirenaica en planes muy diversos y se aceptan las influencias foráneas, especialmente francesas. Así, desde el punto de vista religioso y, a pesar de las reticencias del clero peninsular, y muy apegado a la vieja liturgia visigoda hispana, se apoyará la romana y la reforma benedictina.

Los estudios efectuados por Bishko en relación con Fernando I y Cluny aportan luces esclarecedoras al respecto. Esa política de amistad por la que el monarca enviaba a la abadía borgoñona cuantiosas donaciones le valió, en agradecimiento por los beneficios otorgados, que solemnemente se conmemorase su óbito en la abacial de Cluny. Fueron relaciones que, iniciadas por Fernando I y continuadas por sus sucesores -como bien han expuesto en sus trabajos J. Williams y S. Moralejo- impulsaron los orígenes del Románico en el Reino de Castilla y León.

Al mismo tiempo se intensifica el comercio y todo tipo de conexiones, incluida la peregrinación jacobea y la vía por la que se desplegaron esas actividades, aquí aducidas, fue el Camino de Santiago.

Es posible que, tras su victoria en Atapuerca (1054), pacificado el territorio y saneadas las arcas, Fernando I y doña Sancha se hayan interesado por los asuntos artísticos que aquí nos ocupan.

Construyen en piedra, como se grabó en el epitafio del monarca: "facit ecclesiam hanc lapideam quae olim fuit lutea", un nuevo templo de San Juan Bautista. Además, deciden disponer en León su Panteón Real y traen desde Sevilla las reliquias de san Isidoro, para reemplazar las perdidas de san Pelayo. Desde entonces, el santo visigodo se convertirá en protector de la casa real y defensor del Reino.

El viejo templo fue consagrado solemnemente el 21 de diciembre de 1063 con la nueva advocación de san Isidoro. Aunque no conocemos, de forma tangible, su disposición, podemos intuir lo que debió ser. Las primeras noticias que tenemos sobre su planimetría se debieron a las excavaciones del arquitecto J. C. Torbado, a comienzos del siglo XX. Sin embargo, a través de las llevadas a cabo por J. Williams en dos campañas sucesivas, durante los años 1969 y 1971, todo parece indicar que se trataba de una construcción inspirada en los modelos comunes de la monarquía asturiana y, más concretamente, de San Salvador de Valdedios. Tenía tres naves, estrechas y altas, tres capillas cuadrangulares y escalonadas en la cabecera y, al parecer, se cubría con bóvedas.

Aunque resulte difícil afirmar cómo sería la parte occidental, es evidente, por los caracteres descritos, que las reminiscencias áulicas de la arquitectura asturiana son evidentes. En esa órbita se podía citar además la fábrica de San Pedro de Teverga y otros edificios gallegos, como sugiere el profesor I. Bango. Carácter áulico que vendría también a subrayar el hecho de que, según se narra en la "Crónica Silense", cuando el rey, muy enfermo, regresó del campo de batalla, desde Paterna a León, asistió al culto en el templo isidoriano. Aconteció el hecho en la Navidad de 1063 y en la iglesia hizo penitencia, despojado de los vestidos regios y con la cabeza cubierta de ceniza. Y en León murió días más tarde y recibió sepultura.

De esa fábrica sólo se conserva, actualmente, parte del muro norte y del occidental.

Con motivo de la solemne dedicación en honor de san Isidoro, los reyes dotaron a la iglesia, como era habitual en ese tiempo, de preciosos y ricos objetos sagrados así como de extensas posesiones, hecho que se irá repitiendo, con sus sucesores, a lo largo de los siglos.

Es curioso señalar, no obstante, y por lo que a la arquitectura se refiere, cómo a pesar del afán demostrado por el soberano hacia los avances europeos del momento, vuelve los ojos al pasado, tratando de buscar, sin duda, hasta en ese aspecto lo que fueron las raíces de su Reino y el lejano recuerdo del imperium que los soberanos asturianos mantuvieron en la desaparecida corte ovetense.